Page 12 - Multiverso
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Tiende a Dios, amigo mío, porque el universo mismo no puede comprenderse
sin Él: su mera existencia lo exige.
—Te lo ha dicho Él, claro.
—Lo dice tu ciencia.
—¿La mala de antes, que hacía el orden tan terrible e injusto, o la bue-
na de ahora porque te conviene?
—Hoy, la religión no está en conflicto con la ciencia, sino que buena
parte del conocimiento lo ha desarrollado la misma Iglesia.
—¡Vaya, qué bien! —le interrumpió Antonio—. La ciencia que ata-
có con inquisidores, hogueras e infiernos, hoy la desarrollan los Torquemadas.
Pues, o mucho muda Dios de opinión, muy acomodaticia es la eternidad como
para consentir que su Iglesia obrara antes de un modo y ahora lo haga de otro, o
es que ni siquiera saben ya tus curas qué decir o hacer para conservar la manada
que los sostiene.
La cuestión se encrespó, y no le quedó más remedio que intervenir
a Rafael, aunque lo hizo sin demasiada convicción porque no estaba de buen
humor.
Trató de pacificar los ánimos y llevarlos a un territorio más acorde con
lo que le interesaba: la novela que estaba esbozando.
—Hay razones suficientes para sostener ambas posturas —dijo, tiran-
do de la cuerda que por su formación dominaba—. Según la física clásica, el
universo conocido y todo lo que contiene no precisa de la existencia de Dios
porque se justifica a sí mismo; sin embargo, al mismo tiempo esto lo desdice
la física cuántica: hay una instrucción sutil en todas y cada una de las partículas
más elementales que las empujan a organizarse de un modo tal que nos hace
pensar en la existencia de un ente organizador, en una inteligencia creadora.
—Exactamente —respaldó la Divina Maia.
—Existe y no existe, ¿no es cierto? —protestó Antonio.
—Sí y no. De eso va la novela que trato de construir. Verás: en el vacío,
según la física de lo grande, no hay nada, cero; pero según la física cuántica es
en el vacío donde precisamente está todo, aunque en forma potencial. Ya sabes,
en lo que hay solamente cabe lo que ya está; pero en donde no hay nada, cabe
todo.
Don Fonema masculló algo, dando la impresión por el movimiento
circular de sus ojos y por los fruncimientos de sus labios que iba a soltar una
catilinaria, y mantuvo al auditorio al borde del colapso por lo inusual del caso
hasta que concluyó su dolorosa gestación, y soltó:
—¡Joooooder!
Al punto se disparó fenomenal comineo entre unos y otros, apoyando
o criticando la osadía de Rafael.
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