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—Dios, de ser que no es, es poesía —irruyó Omar, levantando la voz
            sobre lo coloquial. Y añadió—: lo mismito que la naturaleza.
                    ¡Estulticia semejante!
                    Rafael sintió ganas de incorporarse y darle una bofetada, pero se lo
            impidió la Divina Maia, quien, sujetándole por el brazo, completó:
                    —Exactamente.
                    De buena gana se hubiera marchado Rafael de allí, porque nada le
            contrariaba más que la cerrazón de los hombres para comprender aquello a lo
            que no les aferraban sus miedos; pero sabía que era precisamente a ese tipo de
            personas a quienes se dirigía con su obra, y consideró más conveniente perma-
            necer y discutir sus postulados con el fin de orientarse en cómo exponer su tesis
            y su antítesis para que la síntesis diera el codiciado fruto de que asimilaran los
            hombres la naturaleza del medio en el que existían.
                    —Digo que siguiendo los dictados de esa ciencia que alternativamente
            aceptáis y rechazáis según os conviene, los más primordiales elementos de la
            materia, esos que representan los ladrillos más básicos que conforman todas las
            partículas elementales, no parecen obrar sino como si estuvieran dirigidos por
            cierta inteligencia.
                    —Explica eso —le solicitó Torcuato.
                    —Exactamente —se sumó la Divina Maia.
                    —Los cuarks son los ladrillos elementales que conforman las partícu-
            las, y según se organicen de uno u otro modo producen un electrón, un protón,
            un neutrón, etcétera. Podrían hacerlo al azar o incluso no hacerlo, pero hay otro
            elemento que no existe, el muón, el cual aparece no se sabe bien desde dónde,
            tal vez desde otra dimensión, y los organiza conformando una partícula especí-
            fica.
                    —¿Y todo eso qué significa? —protestó Antonio.
                    —Significa que algo que no existe se materializa durante un tiempo
            infinitésimo para que lo que tiene que ser, sea —se explicó Rafael—. No obs-
            tante, no se detiene aquí la cosa ni mucho menos. Una vez constituida la partí-
            cula elemental, esta podría permanecer en ese estado indefinidamente, pero por
            alguna razón que desconocemos busca otras partículas iguales y distintas para
            conformar un átomo, y este, una vez conformado, busca a otros átomos para
            convertirse en una molécula, y esta, a su vez, trata de unirse a otras moléculas
            para formar proteínas u otras cadenas orgánicas, etcétera, hasta que se alcanza
            la vida. He aquí el milagro, la inteligencia o lo sutil de la naturaleza.
                    —¿Y dónde está Dios en ese juego? —inquirió Antonio.
                    —Dios «es» ese juego: el juego y el tablero —le replicó Torcuato, satis-
            fecho del apoyo que le había prestado Rafael.
                    —O no —replicó Rafael—. No he hablado de Dios, sino de una inte-

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