Page 9 - Multiverso
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aprobar su asignatura. Confesaba —mintiendo un poco— sesenta y tres. De
grueso continente, manos algo abotagadas y hambrienta papada —por haber
devorado el cuello—, sostenía su enorme cabeza haciendo equilibrios directa-
mente sobre el tronco, en la cual descollaban una calva que reclamaba el tronío
del creador huevo primigenio y un semblante abohetado dominado por unos
ojos algo exoftalmos, una nariz cuyas aletas se dilataban continuamente bus-
cando aire que atenuara su apnea —a pesar de lo cual fumaba como para que
Tabacalera le hiciera consumidor emérito— y una boca que por su dimensión
delataba a la vez su propensión a la gula y su capacidad natural para promulgar
los más sensatos pareceres, todos ellos tan bien expresados que, cuando él abría
el pico, hasta los camareros callaban.
La impulsiva juventud empuñaba su atropellado verbo en los labios de
Omar Terrero, sentido ácrata que, finiquitando la treintena, creía estar de vuelta
de la vida cuando ni siquiera había ido. Escribía versos impenitentemente con
el mismo talento que hubiera podido vender corbatas, pero a ninguno de los
tertulios le pasaba desapercibido que su más ferviente anhelo sería componer
con la Divina Maia unos versos en los que ella pondría las rimas consonantes y
él, de cuantas maneras se le ocurrieran, la separaría las cesuras para intercalarla
sus hemistiquios. Algo enclenque, de una lividez extraordinaria y dueño y señor
de una desvaída fealdad que, de haberle conocido, le hubiera obligado a Modi-
gliani a contratarlo como modelo fijo, usaba por lo común yines mal lavados y
peor planchados, suéteres de cuello de cisne, zapatillas deportivas y un eviterno
chaquetón de cuadros escoceses, procurándole este atavío, que le instalaba en
alguna zona a medio camino entre la indefensión jipi y la bohemia literaria, un
éxito ante el mujerío que sus desangeladas facciones, su bizqueo y su continente
le negaron con una tenacidad heroica hasta que hizo este sorprendente hallazgo
de caracterización. Se había creído a pies juntillas su propia farsa, y con esmero
se esforzaba en descollar sin talento y sin progreso en un país donde tan exce-
lentes poetas había y tan hambrientos estaban, revolviéndose quejumbrón con-
tra su sino cual si los dioses se hubieran conchabado para cerrarle las puertas
del Olimpo.
La prudencia encontraba su natural freno en Melitón Oubiñas, a quien
todos nombraban como «don Fonema» por su natural tendencia al monosílabo,
pero quien plumeaba como los mismísimos ángeles, pareciendo imposible que
obras tan inefables pudieran ser alumbradas por aquel hombre tan cicatero con
la palabra oral, no tanto por exceso de juicio como por cortedad de carácter. En
la intimidad de sus escritos se desvelaba como un agudo narrador que renegaba
del tímido irredento que era en la realidad, como si compartieran cuerpo dos
personas distintas a un mismo tiempo: la una, descarada y dicaz que habitaba
dimensiones ideales en la más cerrada intimidad; y la otra, introvertida, solitaria
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