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distantes bosques que todo lo inundaban de vivísimos amarillos y pompáticos
naranjas, de alegres rojos y tal variedad de tonalidades de verde que sintió una
embriaguez que anegó sus sentidos, casi embotándolos.
»Dios, en ese momento, no pudiendo contener el orgullo que sentía
por su criatura, se mostró ante él, le sonrió y, ya se disponía a abrazarle, cuando
el hombre, poniendo ceño, echó de sí una áspera y dura mirada, y le escupió.»
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