Page 11 - Sangre de Lunas
P. 11

Sin luna, la oscuridad encendía el cielo.
                    Parecía rezar mientras inhalaba con parsimonia el denso humo, per-
            diendo su vista o sus sueños en la inmensidad de aquel astrífero océano de
            mundos y soles lejanos.
                    —¡Carajo!, Diosito, sos de lo más inmodesto. Cuando te animás a ha-
            cer algo, lo hacés de una vez —soliloquió para sí... o para Él.
                    No era una desvergonzada blasfemia, a juzgar por el tono con que lo
            decía, sino una admirada oblación al creador, por más que su visión de la vida
            fuera un tanto panteísta. Para él, Dios, era una especie de compañero del que
            era imposible librarse ni a sol ni a sombra, y con el que podía hablar de tú a tú
            sin temores ni recelos como si lo hiciera con un amigo: el más íntimo de todos.
                    Sus achispados  ojos viajaron  por  la negritud salpicada de luceros,
            como si redescubriera un nuevo aspecto de ese planisferio del universo que
            estaba más que harto de contemplar.
                    Un cometa se deslizó hacia el sur, dejando en su retina un fúlgido ara-
            ñazo.
                    —Allá va un sueño —dijo—. ¿Qué pediré?... Ya sé: un poco de guita
            para mi vieja. Allá va otro. ¿Y ahora?... Ta’: laburo para mi viejo.
                    Aún pidió dos o tres deseos más antes de consumir su cigarrillo.
                    Tuvo memoria para su mujer y sus hermanos, pero se olvidó de sí mis-
            mo.
                    En aquellos instantes, en aquellas noches en que salía a carnear una
            res, mientras contemplaba el cosmos con su espalda casi pegada al suelo no
            se sentía pobre, sino el más afortunado de los mortales, e incluso se placía en
            hacer recuento de haberes.
                    —La Rosa, Diosito, pronto me va dar un negro —se decía para sí con
            el corazón transido—, y él no será gaucho. Le sacaré de esta cagada y le manda-
            ré a estudiar a Buenos Aires para que no sepa de estos rigores y estas hambres.
            Mis hijos no van a vivir así, cuatriando ni deslomándose por un mango. Vos,
            Diosito, me vas a ayudar en esto, ¿no es cierto?... Va a ser lindo el pibe, como mi
            viejo cuando chico, con ojos azules como el cielo de verano, e inteligente como
            mi Rosa, esa china que vos me dejaste en prenda.
                    Y quedó con la mirada tendida, recostada en la excelsitud, sintiendo
            que su sueño estaba listo para ponerse en pie e instalarse sobre el mundo, acaso
            siendo preciso que se engendrara primero en las estrellas antes de descender
            sobre la Tierra como una aparición mariana.
                    Un mundo feliz.
                    Una vida feliz.
                    Algo imposible.
                    Imposible.

                                                                            11
   6   7   8   9   10   11   12   13   14   15   16