Page 12 - Sangre de Lunas
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De más sabía que su propósito era más que difícil que se cumpliera,
          pues por no tener, no tenía ni casa propia y había de habitar con su esposa en
          la de los Luna, junto a sus padres y sus demás hermanos; pero de menos nos
          hizo Dios y no había esfuerzo, por desmesurado que pareciera, que no se sin-
          tiera capaz de llevar a término, así trabajar como cuatrear, si es que el caso lo
          requería. La vida, tal y como él la veía, no estaba hecha para pusilánimes, y si
          debía cometer la venialidad de desposeer de una ínfima parte de su hacienda a
          quienes se alzaban con el santo y la limosna, pues la suerte estaba echada, así
          diera con sus huesos en un penal o en una fosa del camposanto. Lo que fuera,
          si era para librar a su familia de las garras de aquella necesidad con la parecían
          haber emparentado.
                 En estas estuvo hasta consumir su cigarrillo.
                 Luego, sacudió la cabeza, como espantando aquellos últimos aciba-
          rados pensamientos que se habían colado de rondón en su tronera, hincó la
          rodilla en la tierra, se echó el poncho a la espalda, abrió la frazada sobre el suelo
          y, tomando el facón con firmeza, pidió permiso a la res y comenzó a carnearla.
          Abrió su vientre y lo vació, y, luego, con quirúrgica destreza, separó del cuerpo
          del animal la pata posterior y los cuartos traseros. La una, la ató con firmeza a
          la grupa de Fierro, entretanto los otros los fue colocando sobre la frazada, la
          cual anudó por las esquinas y reforzó con cuerdas, una vez tomó lo bastante.
                 Ya estaba casi por quedar atada toda la carga, cuando el canto de un
          cacuy le alarmó, dándole aviso de otras presencias.
                 Miró a su entorno precipitadamente, pero enseguida el olor le empujó
          en la dirección de donde venía el viento, y vio llegar en lontananza, a galope
          tendido, a dos o tres jinetes.
                 No le dieron el alto, sino que hicieron varios disparos de carabina, pre-
          tendiendo tomarle por blanco; pero él, dejando caer el fardo con la carne, metió
          el pie derecho en el estribo, se aferró de las crines de Fierro y, protegiéndose en
          el cuerpo de este, huyó de la estancia como alma que llevara el diablo.
                 Hasta que alcanzó el camino que daba a Tres Algarrobos, una vez se
          supo a salvo, no montó como cristiano, girándose entonces hacia atrás para
          comprobar que, tal y como suponía, los perseguidores se habían detenido don-
          de la res sacrificada estaba.
                 ¿Adónde nos conducen las prisas?...
                 Detengamos el relato un momento para establecer los orígenes de los
          Luna, antes que la precipitación nos empuje a cometer errores que después pu-
          diéramos lamentar. Las prisas no son buenas ni cuando se huye, de modo que
          dejemos al jinete por un momento que haga tranquilo y sin perseguidores su
          camino de regreso y capitulemos cómo nuestro hombre dio en estas acciones,
          a primera vista reprobables, y una vez tengamos toda la información, opte cada

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