Page 11 - El Autor prodigioso
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un periodo de tiempo racionalmente corto, aunque las dos condenas fueran
            bastante más largas.
                    Hace ahora dos años justos, cuando fue asaltado por entretenimiento
            por una pandilla de jóvenes cabezas rapadas mientras vendía sus libros en los
            pasillos de la estación de Nuevos Ministerios, la paliza que le dieron despertó lo
            que él llamaba con afectado cinismo su animal, y de nuevo regresaron los epi-
            sodios, solamente que ahora más virulentos, combinándose con dolorosísimas
            hemicráneas y mareos.
                    Por eso se puso en manos de los médicos, con el resultado que ya co-
            nocemos. Y, lo que son las cosas, le parecía que la vida le doblaba sobre sí no
            únicamente volviendo a caer en las garras del animal vencido en la juventud,
            sino regresando a ese estado de la primera leche en que los sentidos aún no se
            han especializado, separándose, sino que todos ellos conformaban uno solo.
                    «Nacer y morir», había dicho entre dientes cuando conoció el diagnós-
            tico definitivo, «es una misma cosa.»
                    Un diagnóstico que, por otra parte, escuchó sin emoción ni angustia
            por más que fuera capital. Sin embargo, esta aparente desidia hacia su propia
            existencia varió ayer, cuando una llamada telefónica de su exsuegra le anunció
            el óbito de quien fuera su esposa y su imposibilidad de hacerse cargo de Melea,
            su hija.
                    El desorden mental era inevitable porque tanto la suerte como la des-
            gracia llegaban siempre de improviso y por donde menos se las esperaba, y la
            sorpresa elevó su presión mental a la picota.
                    En primera instancia se mostró incapaz de manifestar anuencia o re-
            chazo al anuncio de la consternada mujer, quien pese a todo tuvo presencia de
            ánimo suficiente para echarle en cara algunos débitos antiguos, casi culpándole
            del trágico fin de la hija de sus entretelas y reiterarle su desprecio más hondo y
            sincero; pero después, apenas hubo colgado el aparato, sufrió casi al instante un
            virulento acceso de su mal que le forzó a tenderse en el lecho mientras sentía
            cómo los sucesos que conforman la vida se confabulaban en su contra, sin
            duda pretendiendo darle tan tormentoso fin como inclemente fue su travesía
            vital.















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